07 marzo 2017

¡Señor, aplaca su ira!


Escuché a un hombre gritar.
Al cielo elevar su voz
y al mismo Dios preguntar:
¿Por qué? aquel castigo atroz.

Bajó su mirada al suelo
y señaló a los humanos:
retiremos nuestro velo
y apoyad todos, hermanos.

Era quitarse el turbante
y descender a la arena,
mas sin capote delante:
¡Merece el lance la pena!

Es así como despierta
este nuevo amanecer.
Esa luz que, siempre alerta,
nos va marcando el deber.

¡Qué triste y que lamentable
seguir el mal proceder!
Que nunca sea perdonable:
“EL MALTRATO A LA MUJER”

Todos, todos sin descanso,
persigamos al delito.
Nadie una tregua, remanso…
dé la razón al maldito.

Es hora de despertar,
también hora de aprender,
que las hay que respetar.
Es ese vuestro deber.

El de todos sin prefijos.
Unas esposas o madres.
Otras hijas de sus hijos
y, ¿cómo? de sus padres.

Nuevamente la amargura
llenó de miedo la vida.
Y presentó esa locura,
cual solución preferida.

La muerte, fatal destino
que el hombre lleva consigo…
Nunca arma del desatino
y menos contra el amigo.

Eres el culpable en ciernes
te pongas, como te pongas.
Del viernes al otro viernes
no escucharás, más lisonjas.

Postra la rodilla en tierra
y al paso de la mujer,
lanza un grito, no de guerra,
sino de saber perder.



                                 

Hombre que no mira al cielo
e impone su mal instinto,
es como aquella ave en vuelo
del cazador, de su cinto.

¿Qué ser en su sano juicio
se ata al delito sin más?
Sólo el que busca el perjuicio:
el de él y el de los demás.

Mas esa negra crueldad,
indigna del ser humano;
hoy de la mujer maldad,
que el hombre le aplica ufano.

“LA MUERTE”

Ese es el duro castigo,
que el maligno Adán de turno
y sin ser de él enemigo,
aplica en su plan diurno.

“¿Usque quando?”… dice el grito
del insigne Cicerón.
¿Hasta cuándo Hombre maldito…
serás del mundo baldón?

Vil y horrible canallada
de nuevo asestó la muerte.
¡Qué traidora puñalada,
que de ti recibió en suerte!

Todo el dolor que ella siembre…
grano, que no de semilla.
Sino aquel fruto que siempre
nos haga a ella más sencilla.

Ten seguro que estará
cumpliendo su compromiso
y amiga tuya será,
si tú le das tu permiso.

No es un orgullo el poder,
sino aplicarlo con honra.
El orgullo es merecer,
que esa aureola a ti te adorna.

Que sea el propio sentimiento,
quien te obligue a recordar
y tu mismo pensamiento,
quien te ayude a despertar.






































































Nunca olvides que la vida
rema en un sinfín de mares,
¿No se sentirá afligida…
con tus adversos pesares?


César Carús Arnáiz

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