Al
cielo rauda elevas tu figura,
desafiando
al rayo poderoso,
que
en continuo zigzag, muy generoso,
trata de hacer añicos tu hermosura.
No
cambies tu sitial, ni tu postura
Y
di, si lo que en ti vemos de hermoso,
es
el don que la amada da al esposo:
la
gloria que esperamos, criatura.
¿Qué
encierras en tu seno, en tus entrañas?
Bajo
ti amanecí siendo cristiano,
recibiendo
las aguas bautismales.
Ni
al cielo, ni a la tierra tu engañas
y
a tu seno, en verdad, trae sus males,
el
ser más engañoso, el ser humano.
Cuántas veces el viento en tus oídos
interpretó sus artes musicales.
Cuántas veces los hombres con sus mares
a tu seno llegaron compungidos.
A tus entrañas llegan afligidos
y tratan de escuchar esas verdades,
que eliminen las penas tan fatales
por los grandes pecados cometidos.
Mas tú, fiel y leal, al cielo erguida,
envía como diosa y matrona
cuanto el hombre, de horror y de pecado
cometió a lo largo de su vida.
Por ti suba el dolor a quien perdona
y el baldón vuelva al suelo perdonado.
César Carús Arnáiz
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